Obituario: Dr. Juan José Rufilanchas.

A Juan José Rufilanchas.

Acabo de recibir la noticia de que nos has dejado. No me ha sorprendido, hace menos de una semana me contaste lo mal que estabas y la tranquilidad con que te enfrentabas a lo inevitable.

Por otra parte desde la muerte de Fiorella , a la que calificabas como la “compañera de tu vida”, no te cansabas de repetir que habías perdido las ganas de vivir.

Pero los que te queríamos no nos conformábamos y cada uno a su manera intentábamos con poco éxito, yo con el golf, que recuperases la ilusión.

Dedicaste tantas horas a tu profesión y con tanto entusiasmo que te fue imposible llenar el tremendo vacío que todos sentimos, en su día, al tener que abandonarla.

Fuiste un discípulo destacado del grupo que se formó alrededor del inolvidable Diego Figuera, (el único catedrático que entonces entendió la necesidad de la especialización frente a la anticuada, interesada y soberbia visión de sus coetáneos)en la recién inaugurada Clínica Puerta de Hierro y del que salieron cirujanos cardiacos tan destacados como José María Caffarena, Gabriel Téllez, Manuel Concha y por supuesto tú, que más tarde como Jefe del Servicio del Hospital 12 de Octubre luchaste denodadamente por preservar la autonomía de la especialidad desde el principio hasta el final de cada proceso y te convertiste en maestro de muchos de los que ahora ocupan los puestos que la biología nos obligó a dejar en su día.

Y al citar la biología quiero enfatizar la dureza de este trabajo nuestro, cabalgando largas horas con un corazón en la mano entre la vida y la muerte, de pie, con la mirada fija y el cuello soportado el peso de unas lentes de aumento y un luz frontal, motivos suficientes por los que al final de nuestras carreras, ni la mente ni el cuerpo suelen salir indemnes.

En aquellos primeros tiempos en los que tú y yo trabajábamos en las dos principales incubadoras de nuestra joven especialidad, la Jiménez Díaz y Puerta de Hierro, fuimos amigos pese a la feroz competencia que algunos malentendían como un obstáculo insalvable para ser amigos.

Tu extraordinaria formación, ampliada con frecuentes estancias en el extranjero, la más destacable en Alabama a la sombra de John Kirklin uno de los padres de nuestra cirugía y de la que indirectamente nos beneficiamos todos al adoptar algunas novedades aprendidas e importadas por ti.

Tu increíble capacidad de trabajo te convirtió en el gran profesional que has sido.

En frecuentes jornadas de más de 12 horas reparaste y trasplantaste miles de corazones de pobres y ricos, de banqueros y mendigos.

Como, aunque no puedo imaginar como será, creo en la existencia de una “afterlife”, espero que en un futuro, no muy lejano, volvamos a vernos y que entonces no me regañes por estas líneas que te he dedicado en reconocimiento a tu inmejorable labor en beneficio de tantos pacientes, de tu entrega al prestigio y difusión de nuestra profesión a través de tus discípulos y sobre todo en agradecimiento por el regalo de tu amistad.

Y vive tranquilo, si algún día tus hijos necesitan algo, siempre tendrán el apoyo de tus amigos.

A Juan José Rufilanchas de Norberto González de Vega.