La segunda mitad de la vida de la mujer comienza con una verdadera revolución hormonal, un tránsito laberíntico que se deja sentir en todo su organismo, de pies a cabeza. No se trata de una enfermedad, ni siquiera constituye un signo de decadencia del cuerpo, solo es un período en el que deben tenerse en cuenta ciertos factores de riesgo sobreañadidos. Por ello, contar con una completa información sobre esta fase de la fisiología normal resulta esencial para poder disfrutarla de forma agradable, productiva y segura.
La menopausia consiste en el cese permanente de la función ovárica que conlleva la transición de la etapa reproductiva a la no reproductiva, y se caracteriza por ciertos cambios en los patrones hormonales y menstruales, acompañados por algunos síntomas fisiológicos y psicosociales. La menopausia natural se define como la ausencia de menstruación durante 12 meses consecutivos, no debida a otras causas.
En 2018, se realizó un estudio clínico internacional en más de 200.000 mujeres de 7 países, encontrándose que la edad media de la menopausia naturalera de 50 años (rango: 46-53 años) en el 90 por ciento de las mujeres actuales, determinando como menopausia prematura cuando ocurre antes de los 40 años (2 por ciento) y menopausia precoz entre 40 y 45 años (8 por ciento). La menopausia no afecta por igual a todas las mujeres, ya que la edad del inicio, la duración de la fase de transición y los síntomas (tipo, gravedad y duración) varían y pueden verse afectados por algunos factores modificables o no modificables (etnia, genética, etc.). La mayoría de los síntomas de la menopausia son de origen vasomotor -oleadas de calor, sudoración, sofocos y enrojecimiento en cara, cuello y tórax-, presentándose en el 75 por ciento de las mujeres (3 de cada 4); además, con frecuencia, se acompañan de palpitaciones, trastornos del sueño, cambios de humor y/o crisis de ansiedad. Esta molesta sintomatología tiene un origen multifactorial, jugando un papel primordial las hormonas reproductivas en su aparición y duración. Algunos factores preexistentes favorecen la frecuencia y severidad de estos síntomas, como el sobrepeso u obesidad, tabaquismo, inestabilidad emocional o las crisis previas de ansiedad y/o depresión.
Las hormonas sexuales mandan mucho
Las hormonas sexuales de la mujer –hormonas estrogénicas– son la estrona (foliculina) encargada de preparar la ovulación, el estradiol que regula el ciclo menstrual y el estriol que solo aparece durante el embarazo, llegando a aumentar su volumen mil veces a partir del sexto mes de la gestación. El estradiol, más conocido como estrógeno (17-beta-estradiol), es la forma más común de las hormonas estrogénicas, considerándose como la principal hormona sexual de la mujer. Como las otras dos hormonas, su biosíntesis se produce a partir del colesterol. El estrógeno se sintetiza principalmente en los ovarios, la placenta y el cuerpo lúteo, pero también es producida en el cerebro, el tejido graso, los huesos, el interior de las arterias -endotelio- y la capa celular del músculo liso de la aorta. La producción hormonal fuera de los ovarios, placenta y cuerpo lúteo es decisiva puesto que representa la única fuente de estrógeno en los hombres y las mujeres después de la menopausia.
Los estrógenos no son solo hormonas sexuales para el crecimiento y funcionamiento de los órganos gonadales de la mujer, sino que también realizan funciones importantes en otros órganos y tejidos como el corazón, las arterias, el cerebro, el hígado y los músculos. El estrógeno interactúa con muchas células del organismo humano a través de los receptores estrogénicos, unas proteínas -glucoproteínas- que permiten la interacción de determinadas sustancias con los mecanismos del metabolismo de la célula. Estos receptores están localizados en el núcleo celular (ERα y ERβ) o bien en la superficie o membrana celular (GPR30 y ER-X). Durante el período reproductivo, los estrógenos ejercen su función protegiendo el metabolismo normal de las grasas -lípidos- y el funcionamiento del endotelio vascular; al disminuir drásticamente los niveles de estrógeno con la menopausia se origina un incremento generalizado del tono vascular (vasoconstricción) y un desequilibrio de los niveles normales del colesterol circulante. Por ello, la menopausia se asocia con un aumento significativo de la presión arterial -hipertensión-, del índice de masa corporal -sobrepeso-, alteración del perfil de los lípidos –hipercolesterolemia– y la distribución anormal de la grasa corporal –obesidad abdominal-.
El síndrome X
El síndrome metabólico o cardiometabólico, también conocido como síndrome X, descrito por el endocrinólogo norteamericano Gerald Reaven en 1988, consiste en un conjunto de factores fisiológicos, bioquímicos, metabólicos y clínicos que conllevan un aumento del riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular o diabetes mellitus tipo 2. Estos factores pueden resumirse en un exceso de la grasa abdominal, hipercolesterolemia, hipertensión arterial, hipercoagulabilidad, resistencia a la insulina, disfunción endotelial -tapizado celular interior de las arterias-, entre otros. Este síndrome se inicia mediante el sobrepeso y la obesidad abdominal, por el consumo excesivo de calorías (azúcar, grasas saturadas, sal), la falta de ejercicio y el progresivo sedentarismo. Hace unos años, aparecía en pacientes mayores de 50 años, particularmente en mujeres menopaúsicas, pero, actualmente, el riesgo de padecer este síndrome se observa en mujeres de unos 40 años de edad, debido a los hábitos alimenticios poco saludables, el consumo de bebidas azucaradas y frecuentes alimentos ultraprocesados, conteniendo excesivos carbohidratos y grasas trans. Estas grasas son una variedad de los ácidos grasos insaturados que se encuentra, sobre todo, en los productos industrializados (margarinas, galletas saladas, pastelería, canelones, pizzas, patatas fritas), que suelen someterse al proceso de hidrogenación.
https://doi.org/10.1016/S2213-8587(22)00142-5
El corazón tras la menopausia
Desde hace años, importantes estudios epidemiológicos vienen demostrando que la enfermedad cardiovascular, especialmente la cardiopatía isquémica -enfermedad de las arterias coronarias- suele presentarse en la mujer unos diez años más tarde que en el hombre. El papel protector del estrógeno se asocia con un estímulo en la formación de nuevos vasos sanguíneos –angiogénesis-, vasodilatación arterial, mejoría de la función energética celular –mitocondrial– y reducción del estrés oxidativo.
Es ampliamente conocido el efecto protector del estrógeno sobre los niveles normales del colesterol plasmático y su poderosa acción antiagregante plaquetaria para prevenir los eventos tromboembólicos. El estrógeno constituye un potente agente antioxidante, o sea contiene una molécula capaz de retardar o prevenir la oxidación de otras moléculas del organismo humano, que pueden dañar las células provocando su envejecimiento precoz y/o muerte celular –apoptosis-. Se ha descubierto recientemente que el estrógeno previene la fibrosis endomiocárdica, inflamación infrecuente del interior del corazón –endocardio– con engrosamiento fibrótico, en especial de la punta del corazón y las válvulas cardíacas.
Tras la menopausia, el riesgo cardiovascular aumenta cuando dichos efectos protectores de las hormonas estrogénicas disminuyen, momento clave para que la mujer esté más prevenida y evite, sin grandes dificultades, estos inconvenientes propios del periodo postmenopáusico.
Aumento de la sensibilidad al sodio. La menopausia conlleva una mayor retención de líquidos en el cuerpo causando hinchazón de las extremidades. Esta sobrecarga de líquidos representa un mayor esfuerzo para el corazón que se ve obligado a incrementar su trabajo -contractilidad de los ventrículos– para proporcionar el suficiente riego sanguíneo -oxígeno y componentes energéticos- a todo el cuerpo. Este exceso de trabajo se traduce en la conocida hipertensión arterial, que duplica su incidencia tras la menopausia. La disminución de los niveles de estrógenos incrementa también la producción de los factores vasoconstrictores -endotelina, angiotensinógeno-. Recientemente, se ha descubierto que tras la menopausia puede producirse una mayor degradación de las fibras de elastina y colágeno, así como una acumulación de calcio en las paredes arteriales, lo que induce a una progresiva rigidez de la pared de las arterias, particularmente de las coronarias, que conduce a la cardiopatía hipertensiva.
Sobrepeso. El incremento del índice de masa corporal (IMC) con el consiguiente sobrepeso es cinco veces superior tras la menopausia, con mayor acúmulo de grasa abdominal –obesidad central-. El tejido adiposo central no solo es un almacén excesivo de energía, también constituye un órgano endocrino que produce adipoquinas (adipocinas), unas moléculas de señalización del tejido adiposo -grasa corporal-, que regulan el metabolismo de la glucosa, los lípidos, los procesos inflamatorios, la tensión arterial y la regulación del metabolismo energético. Las más conocidas adipocinas son la leptina, resistina, adiponectina e interleucina 6. La leptina es uno de los biomarcadores que se utilizan como factor de inflamación de la aorta y las arterias, siendo de gran utilidad para la identificación precoz de la enfermedad coronaria.
Cambios en los niveles del colesterol. Después de la menopausia suele observarse una mayor incidencia de dislipidemias y acumulación de colesterol en sangre, tradicionalmente se explican estos cambios por el déficit de estrógeno. La aparición de síndrome X en las mujeres posmenopáusicas es dos a tres veces más probable que en la premenopausia. Los cambios en el perfil lipídico muestran una disminución en los niveles de colesterol HDL (colesterol bueno) y un aumento en el valor de los triglicéridos y el colesterol LDL (colesterol malo) en 10-15 por ciento en las mujeres tras la menopausia.
Recomendaciones útiles para preservar el corazón sano tras la menopausia
– No fumar.
– Seguir una dieta sana, reduciendo grasas trans, azúcares y alimentos ultraprocesados.
– Controlar de la presión arterial de forma rutinaria.
– Control de las cifras de glucosa y lípidos (análisis anual de sangre).
– Hacer ejercicio físico de forma regular: 45 minutos cuatro veces a la semana (andar, footing, nadar, pilates, yoga, bicicleta, etc), según edad, costumbres y estado físico.
– Recuerde: “Corazón no hay más que uno y es el motor”
Este artículo de divulgación científica pretende concienciar a la mujer sobre la protección de su salud, adoptar comportamientos saludables e implementar estrategias de detección y prevención para reducir el riesgo de las enfermedades cardiovasculares tras la menopausia. La educación, el apoyo y el acceso a tratamientos para mejorar los síntomas y molestias de la menopausia y la prevención de enfermedades crónicas (cardiopatía, diabetes tipo 2) deben estar disponibles para todas las mujeres, independientemente de su raza, etnia, estatus socioeconómico o ubicación geográfica.
Cicerón, el político más brillante y culto de la Antigua República Romana, reflexiona sobre las diferentes etapas de la vida en sus tratados sobre la amistad y la vejez. Sus conceptos filosóficos prácticos, de gran belleza intelectual, se refieren también a este período de la vida de la mujer actual:
“La menopausia es una fase natural de la vida y ha de vivirse con naturalidad, es inconsecuente quejarse de que llega. Está diseñada por la naturaleza, igual que las demás etapas y, por tanto, no es ni mejor ni peor que otros periodos de la vida. La menopausia depende de la virtud con que se haya vivido el resto de la vida y del carácter, no de aspectos intrínsecos de la edad”
Marco Tulio Cicerón (106 a.C. – 43 a.C.)
José Manuel Revuelta Soba
Catedrático de Cirugía. Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria